Estaba sentado en un banco de madera en medio de aquella
monumental plaza. Observaba la ida y venida de centenares de palomas, aves que
en algunas ciudades se comportan como auténticas ratas, aunque voladoras, eso
si. Entre tanto aleteo y plumas meciéndose a merced del capricho del viento,
pensaba y murmuraba en voz muy baja lo que aquel preciso momento me devoraba el
centro.
Aquellas aves que hoy me parecían unos seres diabólicos en
otro tiempo no muy lejano me parecieron esbeltos gavilanes. Este lugar bullicioso y repleto de multitud de colores y olores me
estaba causando una asfixia insoportable, por momentos me dominaba la angustia,
la desesperación. Reconozco esa cara que hiela el alma y paraliza los sentidos,
se llama “miedo”.
Haciendo un esfuerzo mayúsculo intento serenarme, intento
asirme con fuerza al timón y tomar aire, respirar y hacer entender a mi cerebro
que aquello que me está ocurriendo es algo pasajero, que al igual que me invadió repentinamente,
desaparecerá.
Allí, en esa emblemática plaza, un día sentí el aliento de
la felicidad.
Toni Aznar
Toni Aznar
Muy bella descripción de unos momentos de observación a las aves que iban y venían, y de las emociones.
ResponderEliminarUn beso.