Rojo y maduro
Aquel
día la muchacha quiso cambiar.
Cansada
de penar, siempre penando de tanto infortunio,
quiso
vivir oteando a lo lejos,
donde
nadie supiera de su triste caminar.
Con
su dulce voz decía cosas sin sentido,
recitaba
versos atropellados
se
comía palabras y repetía
el
mismo estribillo –dame corazón la mano-
A
medida que se alejaba,
su
rostro pálido se iluminaba.
No
veía el final del camino, pero sabía que cerca estaba
la
rama del cerezo que el viento susurraba.
Mi
pequeña y querida amiga,
cuántas
noches en vela, cuántos días sin esperanzas,
ansiando
el fruto rojo y maduro
de
una existencia plena.
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Abril 2.012